Y ya debería saberlo. Los domingos a veces, de tanto ser tediosos, esconden entre su amarillenta materia de bochorno, algunas sorpresas.
La gripe ganó la batalla hasta el lunes. Eso explica por qué no escribí antes esto. No la sorpresa.
La idea original era celebrar al hombre en la luna en la cima de un cerro, inconquistada aún por los uranios ( la Sociedad Astronómica Urania, nada que ver con bombas, puntas de bala o signos zodiacales), con el clásico coctel uranio®: matarse de cansancio hasta generar suficientes o más que suficientes endorfinas y luego combinarlas con un par de botellas por cabeza de generoso vino Petit Zirah (tinto, of course).
Pero Andrés no consiguió que el teléfono me despertara. Y luego, también volvió a dormirse. Y luego, los compromisos familiares me hicieron embarcarme a una expedición sin destino fijo.
Una que casi se ha repetido durante toda mi vida (con algunas sanas excepciones).
Esta vez el destino insólito, fue en verdad sorpresa.
La autopista del sol suele ser una de las vías tradicionales. Llegar hasta Chilpancingo no es poco común.
Alcanzar Acapulco de un tirón, sin cámara fotográfica, trajes de baño o la más mínima y remota idea de que fuera a ser esta la meta, sí fue una agradable sorpresa.
La celebración cambió por completo. Tirado en la playa, escuchando el sonido de las olas, en compañía de mis padres y bebiendo cerveza...
No puedo quejarme.
Menos aún si tomamos en cuenta que así, en trío, tenía 27 años que no visitabamos esas playas.
No fue un gran paso para la humanidad. Si un viaje chido para la familia.
Al final hubo fotos, traje... todo...
Y si puedo, uno de estos días subo algunas fotos a una página web que aún no construyo...
¿Los bemoles? El, en algún tiempo poderoso, Citation Gris, se negó en el viaje de regreso, justo en medio de una tormenta nocturna, a hacer funcionar los limpiaparabrizas. Resultado: paso de tortuga, conducción a ciegas, espaldas mojadas que hicieron que la gripa ganara una batalla.
Fuera de eso, creo que la celebración salió perfecta.
La gripe ganó la batalla hasta el lunes. Eso explica por qué no escribí antes esto. No la sorpresa.
La idea original era celebrar al hombre en la luna en la cima de un cerro, inconquistada aún por los uranios ( la Sociedad Astronómica Urania, nada que ver con bombas, puntas de bala o signos zodiacales), con el clásico coctel uranio®: matarse de cansancio hasta generar suficientes o más que suficientes endorfinas y luego combinarlas con un par de botellas por cabeza de generoso vino Petit Zirah (tinto, of course).
Pero Andrés no consiguió que el teléfono me despertara. Y luego, también volvió a dormirse. Y luego, los compromisos familiares me hicieron embarcarme a una expedición sin destino fijo.
Una que casi se ha repetido durante toda mi vida (con algunas sanas excepciones).
Esta vez el destino insólito, fue en verdad sorpresa.
La autopista del sol suele ser una de las vías tradicionales. Llegar hasta Chilpancingo no es poco común.
Alcanzar Acapulco de un tirón, sin cámara fotográfica, trajes de baño o la más mínima y remota idea de que fuera a ser esta la meta, sí fue una agradable sorpresa.
La celebración cambió por completo. Tirado en la playa, escuchando el sonido de las olas, en compañía de mis padres y bebiendo cerveza...
No puedo quejarme.
Menos aún si tomamos en cuenta que así, en trío, tenía 27 años que no visitabamos esas playas.
No fue un gran paso para la humanidad. Si un viaje chido para la familia.
Al final hubo fotos, traje... todo...
Y si puedo, uno de estos días subo algunas fotos a una página web que aún no construyo...
¿Los bemoles? El, en algún tiempo poderoso, Citation Gris, se negó en el viaje de regreso, justo en medio de una tormenta nocturna, a hacer funcionar los limpiaparabrizas. Resultado: paso de tortuga, conducción a ciegas, espaldas mojadas que hicieron que la gripa ganara una batalla.
Fuera de eso, creo que la celebración salió perfecta.
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