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Una boda y cero funerales

Y sí, fui a la boda. Con una gripe infame y con buenos ánimos, aunque con --creo-- sentido ausente.
El smoking ya no me pareció tan extraordinario. Llevé un rollo blanco y negro y volví a entender lo desesperante que es sacar buenas fotos en el interior de una iglesia, cuando no usas flash... Un desastre como fotógrafo... Pero creo que estar detrás de ese lente me hizo estar también detrás de un velo, una especie de cortina.
Y sólo me di cuenta hasta que el sacerdote pronunció a Magda --mi sobrina-- y a su novio --Armando-- como formalmente casados. Mi padre --que junto con mi madre, era padrinos de lazo-- volvió a mostrar su semblante de plena emoción: los ojos húmedos y la mueca en lucha contra un sentimiento que arrebata. Y yo, nada. Cero. Aunque con pulso.
Bien. El festejo, el ambiente...
Pero no sé si sólo fue la cámara la que me impidió tener enternecimientos, celos o pensamientos funestos. Lo único que pensé fue: "y ya, ¿tan rápido?, ¿tantos años, gastos, peleas y reconciliaciones para que ya estén casados?".
Supongo que como ya nada para mí es sencillo, ahora esperaba que bajaran los ángeles o hubiera una voz omnisciente asegurando que aquel par de médicos eran ya esposos...
O más fácil aún... supongo que cada vez creo menos en el matrimonio...
Que cada vez me parece sólo otro trámite más...
No lo sé de cierto...
Sé que Magda estaba contenta y emocionada. Sé que realmente quieren hacer algo con esta unión.
Hoy se mudarán de ciudad. De vida...
Ojalá que sus sueños no se cristalicen...
Ojalá todos pudieramos seguir floreciendo al ambiente extraordinario de nuestros sueños...

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