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de clichés y gatos paradógicos

Lo peor de todo es que a últimas fechas he descubierto que gran parte de mi vida es un cliché. Así, sin más.
Escritor con vida cliché de escritor --creo que sólo me falta viajar a París y enamorarme de una mujer de la vida galante ;-).
Escritor que lee a los escritores que todo mundo lee (mis favoritos: Cortázar, Borges, Dick y así, ad nauseam).
Y que siempre que habla de escribir, tiene que hablar de Julio Cortázar... Y lo menciono, porque justo después de postear lo anterior, me quedé pensando que al menos mi primera novela tiene esa suerte de construcción bestsellera de la que me quejaba al hablar de El Perfume...
Uno escribe las novelas por diferentes razones, con diferentes intenciones...
Supongo que simple y sencillamente es que en estos momentos ando en otras busquedas literarias... Y que esa construcción bestsellera, me remite a un cliché más: el prejuiciado lleno de prejuicios...
Never mind...
Supongo que mejor corto estos debrayes... Y paso al segundo tópico del título.
Para también demostrar de otras maneras, por qué me encanta Cortázar:

Cómo se pasa al lado
Julio Cortázar

Los descubrimientos más importantes se hacen en las circunstancias y los lugares más insólitos. La manzana de Newton, mire si no es cosa de pasmarse. A mí me ocurrió que en mitad de una reunion de negocios pensé sin saber por qué en los gatos -que no tenían nada que ver con el orden del día- y descubrí bruscamente que los gatos son teléfonos. Así nomás, como siempre las cosas geniales.
Desde luego, un descubrimiento parecido sucita una cierta sorpresa, puesto que nadie está habituado a que los teléfonos vayan y vengan y sobre todo que beban leche y adoren el pescado. Lleva su tiempo comprender que se trata de teléfonos especiales, como los walkie-talkies que no tienen cables, y además que también nosotros somos especiales en el sentido de que hasta ahora no habíamos comprendido que los gatos eran teléfonos y por lo tanto no se nos había ocurrido utilizarlos.
Dado que esta negligencia remonta a la más alta antigüedad, poco puede esperarse de las comunicaciones que logremos establecer a partir de mi descubrimiento, pues resulta evidente la falta de un código que nos permita comprender los mensajes, su procedencia y la índole de quienes nos los envían. No se trata, como ya se habrá advertido, de descolgar un tubo inexistente para discar un número que nada tiene que ver con nuestras cifras, y mucho menos comprender lo que desde el otro lado puedan estar diciéndonos con algún motivo igualmente confuso. Que el teléfono funciona, todo gato lo prueba con una honradez mal retribuida por parte de los abonados bípedos; nadie negará que su teléfono negro, blanco, barcino o angora llega a cada momento con un aire decidido, se detiene a los pies del abonado y produce un mensaje que nuestra literatura primaria y patética translitera estúpidamente en forma de
miau y otros fonemas parecidos. Verbos sedosos, afelpados adjetivos, oraciones simples y compuestas pero siempre jabonosas y glicerinadas forman un discurso que en algunos casos se relaciona con el hambre, en cuya oportunidad el teléfono no es nada más que un gato, pero otras veces se expresa con absoluta prescindencia de su persona, lo que prueba que un gato es un teléfono.
Torpes y pretenciosos, hemos dejado pasar milenios sin responder a las llamadas, sin preguntarnos de dónde venían, quienes estaban del otro lado de esa línea que una cola trémula se hartó de mostrarnos en cualquier casa del mundo. ¿De qué sirve y nos sirve mi descubrimiento? Todo gato es un teléfono pero todo hombre es un pobre hombre. Vaya a saber lo que siguen diciéndonos, los caminos que nos muestran; por mi parte sólo he sido capaz de discar en mi teléfono ordinario el número de la universidad para la cual trabajo, y anunciar casi avergonzadamente mi descubrimiento. Parece inútil mencionar el silencio de tapioca congelada con que lo han recibido los sabios que contestan a ese tipo de llamadas.


El cuento es parte del libro Un tal Lucas, por si quieren conseguirlo.
Si lo posteo aquí, es porque me volvió a volver loco su relectura (y por compartido).
Y aunque jamás se me hubiera ocurrido que fueran teléfonos, también me encantan los gatos...
Bye...

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