bitácora del capitán...
Nada. En el mundo no ha pasado nada. Y a la vez todo. La muerte otra vez y su inevitable presencia.
La muerte y la ausencia. La ausencia y la muerte.
A veces caminar las calles se vuelve tan cíclico, tan tedioso, tan siempre el mismo retrato apenas amarilleado por el tiempo que a veces a uno le da por escaparse, hacerse el sordo, el ciego, el caracol que se mete en el propio laberinto de su cuerpo. Creyendo que cuando pasen las tormentas internas y al fin saques la cabeza, nada habrá cambiado allá afuera.
Y saqué mis antenas. Una hacia el mail. La otra física hacia el DF. La del mail me contó la muerte cercana a Paty... a Paty, que a veces, casi siempre, dejo olvidada, con la Jojutla conflictiva y la Jojutla de sueño. Con mis ánimos y deseos. Y Paty quizá estaba tan sorprendida como yo, cada vez que me ronda los territorios la muerte...
Pero seguí con la otra antena los rumbos del DF, sólo para enterarme que con la entrada de la primavera, hubo de partir un Goliardo. Su nombre: Omar, el que siempre cuidaba los stands, el que promocionaba y movía los más dificiles plaquettes goliardos... Partió sin dejar rumbo... Partió... antes de tiempo...
O es lo que siempre queremos creer, que las cosas malas siempre son prematuras. Y cuando llegan las buenas sólo hay una suerte de reclamo por su tardanza...
Y quizá es que yo ando en esa extraña frecuencia... La frecuencia del autoexilio...
No lo sé... En verdad no lo sé.
Y en lugar de sacar del todo la cabeza, metí otra vez las antenas. Esta vez al PS2, a Legacy of Kain: Defiance (¡soy fan de Amy Henning!) y a pesar de que hubo escape cierto, también fue nulo. Volvi a caer en esta tierra sitiada. En este enclaustrado desierto.
Y sigo. Seguiré aquí...
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