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un adios a meneses

Y es más que sabido. Ha sido repetido hasta el cansancio, sin que por ello acabe de entrar en nuestro entendimiento. O al menos en el mío.
No importa de cuantas maneras te lo digan. De cuantas formas lo hayas oído, en el día a día, en los noticiarios, en cada reseña, o en el sermón, en esa tradicional metáfora crística de la muerte llegando como un bandido.
No importa cuan "habituado" incluso estés a la idea o trates el tema de la muerte en tus escritos.
La muerte siempre llega como un disparo salido de la nada.
Un disparo con silenciador, uno que no escuchas, que te alcanza lento, furtivo, sin efectos especiales, sin que haya preludios de portento. Llega de un solo golpe. Llega para quedarse. Para no irse más.
Llega creando olas lentas, demasiado lentas, como un rumor.
Ayer la noticia sonaba a eso. A rumor. A broma elaborada que pronto se revelaría como tal. Llegó a través del celular, en voz de Efigenio, mientras la Lobita y yo comíamos en nuestro tradicional restaurant.
Y no es que desconfiara de Efigenio. Es que ningún anuncio me había alcanzado en ese día de papeleos, circuitos por el zócalo y regiones aledañas, circuitos todos donde Alejandro solía moverse, asentar sus dominios.
La noticia era simple y sin explicaciones: Alejandro Meneses murió.
Simple e intempestivo paso de la muerte. Sin justificantes, sin mecánicas precisas. Sin otra cosa que la sorpresa.
La tarde fue indagación, recuerdos, pasos lentos, anonadados, con una promesa por delante: un homenaje, una despedida a Meneses a las siete de la noche.
Y en ese compás de espera hubo encuentros, confirmaciones. Llamadas a otros escritores que fincaron la nueva sorpresa o la compartieron.
Tiempo para pensar. Para no acabar de creertela.
Tiempo para recordar conferencias, presentaciones de libros, aquel viaje a Papantla, las tardes/noches en la matraca, sitiados por cerveza y vodka. Hablando, sólo hablando...
Y al fin la llegada a Profética, la lenta reunión de escritores con caras de incomprensión y pocos detalles que agregar. Una lenta formulación de un altar. Unas cuantas palabras.
Una única verdad.
Alejandro Meneses había muerto.
Se nos adelantó en ese paso último. No a los 27 años, como aquellos héroes roqueros a los que tan afecto era; pero si a los 45, años antes que Dick, que muchos otros.
Se nos adelantó dejándonos cuatro libros de cuentos y el desconcierto. La inevitable sensación de que aún no era su tiempo. De que aún tenía libros y más libros que ofrecernos. Pláticas, críticas, orientaciones que darnos.
Hoy, en la madrugada, antes de decidirme a tipear esto, quise releer sus libros. Fue simple repaso, recorrido por sus hojas, sus dedicatorias. Fue simplemente una manera de apegarme a su imagen, a su recuerdo. Un párrafo destelló, me hizo recordar el humor que percibí en él, la última vez que lo ví, hace como tres semanas:

La vida ya no se compuso, no regresó a sus fuentes de donde nunca debió haber salido.
Alejandro Meneses
/ El Barco de Cristal

Hoy quisiera pensar que su vida en la otra vida, marcha por una senda mejor.
Hoy, con esto, simplemente quisiera decirle: Buen viaje Alejandro... Buen viaje, hermano.

PD desde un café internet: En lo anterior, escrito desde la casa, movido por esa amalgama extraña que se queda y se parece al dolor, olvidé una de las primeras reacciones que tuve al recibir la noticia.
En otras palabras, ayer, otra de las sorpresas era que nadie lo hubiera comentado, que nadie informara de esta muerte en los mass media, sobre todo porque en estas latitudes angelopolitanas, Meneses era una institución. Hoy por la mañana, encuentro la sorpresa repetida. Ahora ya hay notas en los periódicos. Y en uno, del que fuera colaborador y director de un suplemento cultural, descubro que la muerte de Alejandro no mereció ni la primera página de cultura, de hecho, ni una reseña digna; apenas una vil nota periodística.
Poco a poco uno se va acostumbrando a la relegación de la literatura frente a los mass media, lo que es indignante es que ni la gente dentro de la literatura pueda rendir adecuado homenaje a alguien como Alejandro Meneses.

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