muchas horas y, aparte de noticias en línea, no sé más de él. de su sepelio...
supongo que hace mucho perdí mis habilidades de búsqueda real, de explorador de la ciudad, de dependiente del teléfono y todo eso que a uno lo conecta con el exterior.
las nostalgias vuelven, se materializan de forma contundente en casos como este.
en la foto, no éramos narradores, éramos poetas y Gilberto Castellanos (quien también, espero, estará descansando en paz) fue el artífice de esta reunión de letrados que homenajeaban a Octavio Paz, en la Casa de la Cultura de Puebla. en otras palabras, era de cuando éramos jóvenes e impublicados:
nadie lo hubiera pensado, o no se nos pegaba la gana pensarlo. la distancia ya nos había separado. las exigencias y demandas cotidianas ya impedían que el viejo grupo que Juan juntara a su alrededor, Harakiri, se reuniera con propósitos creativos. ese día nos reunimos con propósitos festivos, en extendido:
cerveza, pláticas, la casa de Juan recién pintada, Lola (su ex, la madre de sus hijos) tras la cámara. no recuerdo qué onda con los periódicos. ni cuál fue el pretexto para encontrarnos. de izquierda a derecha: Marco Rodríguez, Silvia Luna, José Luis Zárate, Libia Brenda Castro, Gerardo H. Porcayo y Juan Hernández Luna. Harakiri extendido, en la última reunión plenaria que yo recuerdo, de la que queda testimonio. debió ser 1996. yo con el pelo apenas volviendo a crecer. o quizá el 30 de enero del 97, para celebrar la salida de su segunda novela en roca: Tabaco para el puma. eso yo no lo recuerdo, lo recuerda su dedicatoria al libro. no porque no me importe, sólo por los años pasados, las aguas bajo los existenciales puentes.
no sé, en verdad, qué nos hizo reunirnos. y, en última instancia, no importa la exactitud de los motivos de la memoria, sólo el hecho de estar ahí.
aquí, Juan y Marco, en esa extraña mancuerna, unida por esa eteridad que siempre los hizo el Harakiri básico, fuindamental.
hoy pienso en Juan. vuelvo a pensar en él. en cómo festejaba mis invitaciones a suicidios colectivos, en la misma elección del nombre para su club, ese que no se llamó serpiente, nada, ninguna otra cosa, sino Harakiri.
hoy, me da por pensar que a Juan no se lo llevó la desgracia, sólo su lento, su elegido, su propio ritual posmoderno y mexicano que también podría, pudo llamarse Harakiri.
C ya soon, u people behind the screen.
supongo que hace mucho perdí mis habilidades de búsqueda real, de explorador de la ciudad, de dependiente del teléfono y todo eso que a uno lo conecta con el exterior.
las nostalgias vuelven, se materializan de forma contundente en casos como este.
en la foto, no éramos narradores, éramos poetas y Gilberto Castellanos (quien también, espero, estará descansando en paz) fue el artífice de esta reunión de letrados que homenajeaban a Octavio Paz, en la Casa de la Cultura de Puebla. en otras palabras, era de cuando éramos jóvenes e impublicados:
nadie lo hubiera pensado, o no se nos pegaba la gana pensarlo. la distancia ya nos había separado. las exigencias y demandas cotidianas ya impedían que el viejo grupo que Juan juntara a su alrededor, Harakiri, se reuniera con propósitos creativos. ese día nos reunimos con propósitos festivos, en extendido:
cerveza, pláticas, la casa de Juan recién pintada, Lola (su ex, la madre de sus hijos) tras la cámara. no recuerdo qué onda con los periódicos. ni cuál fue el pretexto para encontrarnos. de izquierda a derecha: Marco Rodríguez, Silvia Luna, José Luis Zárate, Libia Brenda Castro, Gerardo H. Porcayo y Juan Hernández Luna. Harakiri extendido, en la última reunión plenaria que yo recuerdo, de la que queda testimonio. debió ser 1996. yo con el pelo apenas volviendo a crecer. o quizá el 30 de enero del 97, para celebrar la salida de su segunda novela en roca: Tabaco para el puma. eso yo no lo recuerdo, lo recuerda su dedicatoria al libro. no porque no me importe, sólo por los años pasados, las aguas bajo los existenciales puentes.
no sé, en verdad, qué nos hizo reunirnos. y, en última instancia, no importa la exactitud de los motivos de la memoria, sólo el hecho de estar ahí.
aquí, Juan y Marco, en esa extraña mancuerna, unida por esa eteridad que siempre los hizo el Harakiri básico, fuindamental.
hoy pienso en Juan. vuelvo a pensar en él. en cómo festejaba mis invitaciones a suicidios colectivos, en la misma elección del nombre para su club, ese que no se llamó serpiente, nada, ninguna otra cosa, sino Harakiri.
hoy, me da por pensar que a Juan no se lo llevó la desgracia, sólo su lento, su elegido, su propio ritual posmoderno y mexicano que también podría, pudo llamarse Harakiri.
C ya soon, u people behind the screen.
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