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requiem por el laberíntico señor de berkeley

You only live once. Why should you be intimidated
Philip K. Dick

The Man in the High Castle


Lo que en español más o menos sería así:
Sólo vives una vez. Por qué deberías sentirte intimidado.
Y el autor de esta frase, hace exactamente 22 años, en un día como este, después de un doble paro cardiaco, solo y tras una lucha larga en el hospital dejó de existir en este plano de realidad. Dejó de sentirse intimidado por estados policiacos, políticas de guerra, por cosmogonías extrañas que su autodidactismo quizá acendró. Por trabajos mal pagados, ediciones baratas e indiferencias de la crítica.
Quizá nunca se dejó intimidar por las mujeres. Sus divorcios y amoríos así parecen probarlo.
Pero aún mejor, jamás dejó que la máquina de escribir ejerciera tipo alguno de intimidación sobre él. Prolífico hasta decir basta. Experimental a la hora de aporrear las teclas, aún a sabiendas de que Ace Books siempre le pondría portadas más adecuadas a una space opera que a sus dédalos narrativos. Creciendo literariamente a un costado de exquisitos de la literatura, tampoco tuvo reparos para escribir novelas main stream, para enfrentar todos y cada uno de los desafíos que la vida parecía empeñada en ponerle en el camino.
Humano hasta el cansancio, hizo apología permanente a esta raza que parece empeñada en su propia extinción. Al menos a una parte de ella. Estamos en 2004 y la tecnología no ha resuelto la maquila de androides, pero ya Dick vislumbraba la que los medios masivos de comunicación han ido generando en mayor o menor medida en todos nosotros.
Baste revisar este fragmento de uno de sus artículos:

Pero otra manera de controlar las mentes de la gente es controlar sus percepciones. Si puedes hacerlos ver el mundo como tú, ellos pensarán como tú. La comprensión sigue a la percepción. ¿Cómo los haces ver la realidad que tú ves? Después de todo, es sólo una realidad de entre muchas. Las imágenes son un constituyente básico: fotografías. Es por esto que el poder de la TV para influenciar mentes jóvenes es tan vasto. Palabras e imágenes están sincronizados. La posibilidad del control total del espectador existe, especialmente con el joven espectador. La TV es una suerte de aprendizaje mientras duermes (sleep learning). Un EEG de una persona mirando TV muestra eso cerca de media hora después el cerebro decide que nada está pasando y entra en un estado crepuscular hypnoidal, emitiendo ondas alfa. Esto es porque hay tan escaso movimiento en el ojo. Además, mucha de la información es gráfica y por lo tanto pasa al hemisferio derecho del cerebro, en lugar de ser procesada por el izquierdo, donde la consciencia personal está localizada. Recientes experimentos indican que mucho de lo que vemos en la pantalla de TV es recibido en una base subliminal. Sólo imaginamos que conscientemente miramos lo que está ahí. La mole de los mensajes elude nuestra atención; literalmente, luego de unas horas de mirar TV, no sabemos lo que hemos visto. Nuestros recuerdos son espurios, como los recuerdos de los sueños; los vacíos son llenados en retrospectiva. Y falsificados. Hemos participado, ignorantes en la creación de una realidad espuria, y entonces amablemente la alimentamos en nosotros. Nos hemos coludido en nuestro propia devastación (doom).
Philip K. Dick

Cómo construir un universo que no se desmorone dos días después
(1978)

Y uno de los temas más recurrentes en Dick era ese, definir que diferencia a un androide de un ser humano. Y él mismo lo respondió: la empatía.
Esa que a veces brilla por su ausencia en androides humanos (como el fílmico Galf de Blade Runner) y está presente en androides pasionales como Roy Batty en sus últimos instantes de vida.
Lo peor, quizá, es descubrir como los mass media (no solo la tele) van descafeinando a Dick antes de adaptarlo. Como muestra, baste citar Pay check (el pago), reciente estreno de John Wu en la pantalla grande, que como Zárate lo describiera: “tal parece que para Hollywood Dick significa balazos, problemas de identidad y mucha acción desde Total Recall”. Y no es que extrañe. Hace mucho que miro ese avance de la maquinaria mundana y sistémica: ese fagocitar iconos de rebeldía y/o inteligencia y transformarlos, venderlos ya como otra cosa. Artículos superfluos de consumo para nosotros los androides cotidianos...
Philip llegó a ser tan empático que leyendo sus novelas a veces parece que puedes tocarlo. A veces es como ese amigo ideal que te elude en las calles. Entendiendo tus miedos y deseos. Ese yo profundo e interno.
Dick me dio alas para iniciar esta aventura de escribir. Y cada que lo releo sigue fortaleciéndolas otro tanto. Desearía poder no temerle a la máquina de escribir, desearía poder escribir un réquiem a su medida. Pero sólo están estas palabras. Y este sentimiento de pérdida por alguien a quien nunca conocí en vida, a quien difícilmente conocería si siguiera agotando los asfaltos de estas macro-ciudades...
Sé que en las calles, camino al café internet, encontraré androides de carne y hueso que no me mirarán, seguirán su camino rumbo a la tele, o como el mismo canto católico lo dice, apresurados por no llegar tarde al templo.
Sé que regresaré a casa y en su honor releeré alguna de sus obras. Aún no decido cual...
Y sé que no podré olvidarlo. Y que cada que piense en lo duro y difícil de esta vida me acordaré de él.
Saludos, Phil, donde quiera que estés...

PD Cita:
Vanidad de creer que comprendemos las obras del tiempo: el entierra sus muertos y guarda las llaves sólo en sueños, en la poesía, en el juego —encender una vela, andar con ella por el corredor—, nos asomamos a veces a lo que fuimos antes de ser, esto que vaya a saber si somos.
Julio Cortázar

Rayuela
(Cap. 105)

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